los huesos se cansan de aguantar las penas,
las flores las chafa el peso de los latidos,
y las riendas las toma el desboque consentido.
Al saber de la costumbre se le suma un soplido,
una caricia de incertidumbre, una mano de seda,
un aplome se desvela, un colapso con sentido,
ráfagas con desgana, cien candelas sin tiro.
Una mano tendida al sol de los caprichos,
un sabor a medicina a bocados por decenas,
una ristra de ajo tierno que se seca en el camino,
y que vale por tormenta, y que ahuyenta a lo mezquino.
En el mismo charco donde se ahogan los destinos,
chapotea de jolgorio un humano con cadenas,
que se muestra libre de acallar a sus designios,
y afronta con tesón la proeza de estar vivo.
Pero andando en retroceso, se olvidó de donde vino,
dejando sin zanjar las promesas más pequeñas.
portando siempre en mano el calor de un suicidio,
abrigado hasta los labios con las pieles del vacío.