Recayendo en cielo abierto,
copo cumbres que despuntan entredichas,
soplo velas cada vez que me despierto,
vaya a ser que no cumplan las previstas.
Vanaglorio de un coraje, que de tanto, enmudece,
y trepo al verme falto de un suelo a ras de tierra;
guardo parte del calor, porque a poco se agradece,
y daría lo que fuera por la flauta que más suena.
Si a bien tuviera de quereme a moratones,
forzaría a cada paso a deslucir lo que camina,
pero no serán los cardenales los que vistan mis dones,
ni con lisa piel quisiera desviarme de la inquina.
Me planteo un sobresalto por cada vago pestañeo,
me aclaro la garganta con un grito en vez en cuando,
gasto mi tiempo y oro en recabar en mis deseos,
y como no siempre gano, me consterno y desacato.
Si algo he aprendido con el pasar de los años,
es a hacer envejecer a la pobreza y la desdicha,
a acertar con mis errores, y a forjarme en desengaños,
y a hacer que no se noten, emborronándolos con tinta.